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¿Colaborar o desgastarse?

Cuándo dar demasiado bloquea tu creatividad
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Durante años creí que colaborar era siempre bueno. Que la generosidad —esa chispa de entusiasmo que lleva a compartir ideas, sumar a otros, construir en conjunto y buscar sinergia— era una virtud sin matices. Y lo es (sigo convencida de eso). Pero como toda energía creativa, la colaboración también necesita dirección.


Esta es una entrada sobre la contracara invisible de colaborar. Porque por más convencida que siga de su genio, colaborar no siempre es sinónimo de crear juntos. Si solo uno sostiene y el resto toma (sin reconocimiento alguno), el vínculo termina en desgaste.

El mito de “ser colaborativo siempre”

Las personas creativas tienden a ser colaborativas por naturaleza. Según Teresa Amabile, profesora de Harvard y referente en creatividad laboral, los entornos más innovadores son aquellos donde hay apoyo mutuo, libertad para proponer ideas, apertura al error y respeto por la persona que crea, no solo por el resultado.


En el campo del aprendizaje cooperativo, otros autores como David y Roger Johnson hablan de interdependencia positiva para describir equipos donde las personas sienten que avanzan juntas, comparten metas y responsabilidades, y se apoyan emocional y cognitivamente. En otras palabras, los equipos más creativos son los que combinan autonomía con vínculos de confianza y apoyo real.


Pero eso no ocurre solo con buena voluntad. La colaboración genuina requiere reciprocidad, seguridad psicológica y sentido compartido del propósito. Cuando alguno de esos elementos falta, el flujo creativo se convierte en drenaje.


Y ese drenaje puede sentirse como:

  • Falta de reconocimiento o invisibilización.

  • Exceso de carga emocional (“si no sostengo yo, nada avanza”).

  • Frustración ante equipos o vínculos inmaduros.


Cuando colaborar se convierte en un asalto

No hay peor sensación que ofrecer una idea desde el entusiasmo y ver cómo el otro la ignora para luego usarla sin reconocerlo. O peor, sostener un equipo que profesa “trabajar juntos”, pero la sinergia va y nunca vuelve. Y es que colaborar sin reciprocidad no es colaboración, es extracción. Casi un asalto.

¿Pero cómo nos protegemos sin cerrarnos, competir o volvernos egoístas? Cambiar nuestra verdadera esencia a causa del entorno es la peor de todas las derrotas creativas y, desde luego, no promulgo eso. El desafío es aprender a elegir cuándo y cómo colaborar y honrar esa energía para que siga siendo fértil sin convertirse en cansancio individual o colectivo.

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La madurez colaborativa: saber cuándo esperar y cuándo retirarse.

No todos los vínculos ni todos los equipos están listos para la colaboración real. Algunos necesitan tiempo y otros nunca llegarán. Pero eso no significa rendirse ni endurecerse: implica aceptar los ritmos del proceso... Aceptar y soltar.

Como dice Amy Edmondson, profesora de Harvard Business School, “la seguridad psicológica no se impone, se construye”. Y cuando no hay confianza ni espacio para la vulnerabilidad, las personas dejan de arriesgar ideas. Por ende, la innovación muere.

La colaboración auténtica no surge de forzar la unión, sino de esperar los momentos en que la confianza puede florecer.

Señales de que estás colaborando de más

  1. Sentís que si vos no empujás, nada se mueve.

  2. Te encontrás explicando o justificando tus intenciones todo el tiempo.

  3. Las devoluciones o reconocimientos no llegan (o llegan tarde y vacíos).

  4. Tu entusiasmo inicial se transforma en irritación o agotamiento.

Si te reconocés en alguna de estas señales, no significa que hayas fallado. Significa que tu radar empático está funcionando. Y ahora podés decidir cómo usarlo mejor.


De la competencia a la co-creación

No se trata de dejar de colaborar, sino de aprender a hacerlo desde la conciencia. Porque cuando colaboramos desde la madurez —no desde la necesidad—, la creatividad se multiplica.

La teoría de la sinergia creativa (Sawyer, 2017) sostiene que los equipos creativos más efectivos no son los más homogéneos, sino los que logran combinar perspectivas diferentes en un entorno de confianza y flexibilidad.

Por eso, el desafío no es ser “más colaborativos”, sino cultivar entornos donde sea seguro disentir, aportar y equivocarse. La creatividad no es una propiedad de un solo individuo, sino un fenómeno que surge de la dinámica de un grupo colaborativo.

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yabe Ejercicio: “Mapa de energía colaborativa”

  1. Tomá papel y lápiz.

  2. Dibujá un círculo en el centro con tu nombre.

  3. Alrededor, escribí las personas o equipos con los que colaborás habitualmente y para cada uno, respondé lo siguiente:

    1. ¿Qué energía me aporta esta colaboración?

    2. ¿Qué energía me drena?

    3. ¿Qué aprendí de este vínculo?

Marcá con un color las relaciones nutritivas y con otro las que requieren revisión. Es un ejercicio simple, pero para nada tonto: vas a obtener un mapa de claridad.

En resumen

La colaboración es una forma elevada de confianza. Pero cuando no hay reciprocidad, se vuelve sacrificio.


Ser una persona creativa no significa ser infinita. Y aprender a cuidar nuestra energía colaborativa también es un acto creativo.


Colaborar no es —ni puede ser— darlo todo. Es construir algo nuevo juntos. Y si no hay juntos, no hay creación.




 
 
 

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